PAGINAS BLANCAS
Aquella librería de la Plaza de San Pedro siempre me había llamado la atención. Por su ubicación en ese rincón accesible, lo familiar de sus gentes, la gran cantidad de libros que se hospedan allí, y por el ordencon el que están colocados, puedes encontrar sin demasiado esfuerzo el libro que quieras, que te apetezca o te hayan encargado conseguir.
Y ese día entré en el local sin ninguna intención de comprar nada en concreto, esta vez quería un libro distinto, ameno, que se dejara leer y que dejara un buen recuerdo. Pedí consejo a los chicos de la librería, y sin dudarlo ni un instante me ofrecieron un misterioso libro que envolvieron cuidadosamente y del cual no me dieron a conocer el título ni el autor.
Ya en casa lo desenvolví y me dispuse a leerlo. No quería hacerlo más tarde, tenía curiosidad por lo que me había sido recomendado. Pero cuál fue mi sorpresa cuando al abrirlo me encontré con las primeras hojas en blanco. Las primeras, ¡y las siguientes, y todas y cada una de las páginas! ¡El libro entero estaba en blanco! Por más que buscaba y buscaba, no encontraba ningún texto, ningún párrafo ni contenido, nada que contase historias, intrigas o habladurías. Más de doscientas páginas que recitaban la ausencia de cualquier narración.
Mi primera reacción fue de sorpresa mayúscula, ¡cómo no, al encontrarme con semejante desaguisado! Al de un rato ya estaba pletórico de furia, pues no alcanzaba a comprender cómo habían podido aconsejarme y así seguidamente desembarazarse de tal innoble tratado.
Decidí llamar a la librería, estaba demasiado furioso como para aparecer por ahí en persona. No tenía el número, me imaginaba que por lo menos el libro tendría el sello de la tienda con su dirección y teléfono. En la portada, nada. Ni siquiera tenía título. Ni autor. ¿Para qué?. Torné la pasta, y me di cuenta de algo que había pasado por alto: la primera página sí estaba escrita. Era el prólogo del libro. Por supuesto lo leí inmediatamente.
Prólogo
“Aquel que busque leer este libro
habrá de escribirlo primero,
pues los hechos son de quien los vive
y no de quien los predica;
Aquel que crea vivir algo
que lo plasme en este libro,
y aquel que diga que no vive
también tendrá qué contar.
Animaos, pues, y llenadlo de vida”
Fui corriendo a la librería y no supe cómo agradecerles eso tan preciado que me habían entregado. Era yo quien tenía que escribir ese libro. Incluso me apunté a un taller de narración creativa. Algún día terminaré de llenar todas las páginas, y ¡quién sabe!, quizás tenga la gran suerte de conseguir otro libro con las páginas en blanco.
Mikel Gil
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